La memoria del alcalde republicano
Al señor Antonio, el vecino de mis abuelos, le dedicaron una calle. No lo pudo ver hacía muchos años que había muerto. Su hija, mojada en lágrimas, sostenía una foto de la familia, enmarcada en cartón y colgada con un cordel rojo en la pared de la sala de estar de aquella casa que olía a viejo. La gente estaba callada, guardaba el mismo silencio que los últimos casi setenta años…una ráfaga de brisa disipó la cargada atmósfera de un verano pesado y cansino. Algunos lloraban quedamente; otros, los más viejos, no se atrevían a levantar la mirada del suelo.Cuando el nieto se dirigió a los presentes leyó un relato que describía las torturas a las que fue sometido Antonio…el alcalde republicano, presa de las “hordas falangistas “en los primeros días de guerra. Algunos viejos tuvieron que sentarse….el silencio se pagaba con vergüenza y un amago de desmayo. Jean-Baptiste les miró con ternura y tardía comprensión…les dedicó unas palabras de ánimo. Algunos alzaron la mirada y recordaron en Jean-Baptiste a su abuelo Antonio. Lo único que pidió el nieto es que la memoria sirviese para derrotar a los que hoy todavía se habían escondido tras las persiana ; no pidió justicia, ésta estaba desaparecida como el cuerpo de su abuelo; jamás supieron donde fue abandonado aquello que sus torturadores habían dejado.La gente se fue a sus casas…algunos les saludaron. Los señores mayores les dieron la mano….uno de ellos, con los ojos temblorosos, depositó un papel en la palma de la mano de Jean Baptiste. No todo se había perdido. Lo que quedaba de Antonio estaba enterrado en una cuneta de acceso a la finca del primer alcalde franquista. Así de triste había sido la vida del pueblo.
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