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LAS AGUAS DULCES Y SALADAS

Aquel día las temperaturas subieron hasta provocar que la cama se me hiciera pequeña, tan pequeña como la balsa de agua del nadador Tobías que cuando se ponía a bracear hasta el mar se le tornaba pequeño, casi diminuto. Al pensar en las aguas de la balsa y en el mar….me tranquilicé, creí recibir el frescor de aquellas aguas. Entonces me detuve en la balsa. Era cuadrada y muy profunda, allí entre los huertos perdí el miedo a la profundidad y me empezó a gustar aquello de soltar la mano a Tobías y mantenerme a flote con el simple movimiento de brazos y piernas. Apareció el respeto por las concentraciones enormes de agua…y por las no tan enormes. Lo que también perdí fue el miedo. Desde entonces, ante las temperaturas elevadas y escalofriantes para el termómetro, me atrevía a coger un escalofrío de alivio vacacional ante el calor. El agua, Tobías tirándome a la balsa,  el primer día entre el agua salada….Hoy llegaba Tobías de una travesía por el mar del Norte, seguro que le gustaría el calor…hasta lo habría echado de menos y es que quien no se conforma es porque no quiere.

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