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Cazarabet

El gran rebaño de ovejas

Las ovejas notaron que habían llegado casi a su destino. Todos andaban ya más sosegados, sabiendo que dormirían en sus antiguas camas y que abrazarían a sus familiares; aún con eso andaban con silencio, preñado de miedo, inquietud, incertidumbre, entonces se oyeron gritos secos como los disparos que resonaban en el aire. Las ovejas se dispersaron y algunas hasta se rezagaron ante tantos gritos, lloros y miedos que salían de gargantas ya escarmentadas y vencidas. Los perros intentaban hacer su trabajo, pero se encontraban, demasiado a menudo con algún puntapié. Las ovejas, el gran rebaño, se arremolinó en un ribazo con hierba para entretenerse. Oían gritos desgarradores de los que hasta entonces eran pastores que subían del Levante hacia el interior, huyendo de un lugar para acercarse a otro que habían abandonado en la guerra. Volvían como perdedores y ya sabemos que les pasa a los perdedores, son carne de cañón del odio de los ganadores. Entonces los ganadores son cobardes y los perdedores se pierden en la memoria hasta que alguien los rescata. En aquel pueblo los pocos que hablan de aquel día explican como murieron, pero yo ni me atrevo a contarlo porque siento vergüenza. Hoy, víspera del día de almas, me han explicado donde están enterrados, junto a otros republicanos, por ahora nadie les ha reclamado, pero por imposible que resulte, en la tumba, descansan unas rosas rojas. Siempre hay alguien que hace memoria.

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