Obsesión y polvo.
La casa estaba aseada, pero el desasosiego de ella no se conformaba, tenía un miedo especial a las avalanchas de polvo. Aseó sus ropas, llenó la despensa y el frigorífico….no se oía nada más que el silencio de la soledad. Cogió el teléfono y se dejó caer en el sillón, respiró hondo….para acabar suspirando, su gente no estaba donde ella pensaba. ¿Habían quedado?, ya no se acordaba, había pasado mucho tiempo….tanto tiempo que no recordaba la voz que le llamaba para compartir juegos en el río. Sin embargo su cabeza le decía que había una voz. Estaba cansada, tremendamente cansada….el fuego había tomado fuerza, mucha fuerza y la casa se había eternizado de latido en una aldea solitaria, escondida y aún triste.
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